martes, 2 de noviembre de 2010

Tarde del 5 de Diciembre de 1999

Estoy eufórico: Cada vez que mato a alguien descubro algo nuevo, bien sea sobre el ser humano en general o sobre el funcionamiento de esta maravillosa sociedad, para los triunfadores,  o de mierda para los perdedores.

Mi descubrimiento de hoy es que la mejor arma que uno puede tener para matar es la determinación de hacerlo. Se puede tener una navaja, una pistola o un  botón rojo para lanzar misiles de cabeza nuclear, pero sin el deseo, el ánimo o los huevos de usarla, entonces no son más que hierros en manos de un imbécil.

Hoy me he sentido un pequeño dios sintiendo bajo mis dedos el último, y suplicante, pálpito del payaso musculado. He sentido el picor de la adrenalina en el cerebro al clavar mi navaja en su cuello - justo debajo de la oreja derecha - y sentir como,  al deslizar la hoja hacía la otra oreja, se rasgaba la carne, seccionaba la aorta y su sangre resbalaba por su cuello y mis manos, templándolas con un calor rojo, orgánico y todavía con un pequeño latido de vida deseando salirse a borbotones del cuerpo atiborrado de inútiles esteroides.

No ha sido capaz de mover ni uno solo de sus hinchados músculos para salvar su vida y estoy seguro que, mientras Teresa luchó porque amaba la vida, este no ha hecho el más mínimo esfuerzo porque era incapaz de asumir que eso de morir le estuviera pasando a él: Morir siempre le pasa a los demás.

Luego lo he arrastrado, con gran esfuerzo, hasta situarlo justo debajo de la estatua del Ángel Caído. La fría mañana que cubría de una tenue neblina el aire, los reflejos del sol sobre la estatua, y las flores de sangre roja sobre el chándal del payaso hacía que la escena fuera más propia del Infierno de Dante que de una apacible mañana de Madrid donde salvo ruido y conversaciones banales nada ocurre.

Ya imagino los titulares mañana: Asesinato Ritual en el Retiro. Pero la realidad será otra, una que la policía esperaba y sabía que ocurriría: que tarde o temprano yo mataría en otra ciudad.

Mientras tanto, hoy se anuncia un programa especial de televisión sobre Asesinos en Serie con estas palabras: “Que puede hacer que un informático millonario como Max Sync inicie una sangrienta huida por todo el país”. Nunca pensé que vería mi nombre en los periódicos.

No me preocupa que sepan que he matado, que huyo y que dejo mi sello genético por medio país. Me preocupa que sepan lo que quiero conseguir antes de lograrlo.

Escrito en Madrid en la Tarde del 5 de Diciembre de 1.999

jueves, 28 de octubre de 2010

Mañana del 5 de Diciembre de 1999

Aprovechando el descuido de una mujer que dejó el coche en marcha para entrar en una tienda, subí en él, arranqué y enfilé en dirección hacia Madrid sin excesiva prisa y dejando detrás una leyenda más de las muchas que pueblan las calles toledanas.

El coche - gris, utilitario y con la suciedad justa para no llamar la atención – ha pasado completamente desapercibido entre el tráfico creciente que se precipitaba hacia el inmenso y vertiginoso agujero negro de la gran ciudad.

Mientras conducía y tamborileaba con los dedos sobre el volante he decidido variar cosas en mi nueva forma vida para seguir hasta el final. No las recuerdo todas pero volverán; siempre lo hacen.

Antes de entrar en Madrid he parado en una gasolinera con cajero automático. He sacado el tope que me permite mi tarjeta y, aunque sé con seguridad que siguen el rastro de la tarjeta o lo seguirán en un momento dado, el mío se perderá entre el inmenso mar de cemento de Madrid con almas aisladas a miles de millas de distancia como tablones a los que asirse.

Una vez he llegado a las proximidades de Madrid, y para minimizar riesgos de accidente en una ciudad que no conozco, he dejado el coche en una calle de Getafe y he tomado un tren hacia la capital.

He bajado en la estación de Atocha y deambulado por el Retiro hasta dar con una curiosa estatua llamada El Ángel Caído, al lado de la cual me he sentado a leer lo poco que me quedaba para acabar Cien Años de Soledad. Cuando lo he acabado me ha quedado una gran sensación de vacío, como si al cerrar las tapas el Gitano Melquíades dejara de pertenecerme.

El agradable y frío sol de diciembre me acariciaba la cara cuando, entre esos momentos de bienestar, se ha colado otra vez la insinuante idea de jugar con el azar. He dejado el libro en el banco y me he sentado en otro que había justo enfrente: Quien coja el libro no lo acabará.

Hay dos tipos de suerte: La buena de quien encuentre el libro, y la mala cuando te maten por encontrarlo. Al fin y al cabo Suerte y Muerte solo se diferencian en una letra.

Mientras espero que alguien coja el libro miro los reflejos del sol sobre el mármol negro de la estatua. Seguro que el Ángel Caído disfrutará de lo que va a presenciar.

Nuevo reto: Ha cogido el libro un tío de dos por dos metros y los andares torpes que tienen los que viven pegados a las máquinas de musculación.

Escrito en Madrid la mañana del 5 de Diciembre de 1999

sábado, 16 de octubre de 2010

Mañana del 4 de Diciembre de 1999

Parece que la indignación de la gente con los asesinatos – que siguen sin saber si son obra de un tío o, sencillamente, coincidencias debidas a una conjunción de factores desconocidos -  llega a cotas altísimas: hoy se ha organizado una manifestación porque la gente se siente insegura y poco protegida.

Lo cierto es que su situación ha cambiado muy poco, pero ahora puede que sus miedos se hagan realidad y buscan protección compartiéndolos en el rebaño. Siguen sin aprender que cuanto más son, menos protegidos están.

En ningún sitio he leído que el viejo vivía solo, andaba solo, comía solo, y sus alegrías y tristezas se las comía sólo. La soledad ajena es una molestia y quizá sea mejor no mover aquella mierda que podamos oler.

Ya empieza a haber demasiada policía por las calles de Toledo y es hora de cambiar de aires. Tengo que montarme un plan para salir de la ciudad y el plan, supongo, que será el mismo de siempre: caminar hasta encontrar una forma  totalmente improvisada de desaparecer y dejar aquí una intensa sensación de que cualquiera de ellos pudo ser Teresa,  el viejo o el visionario Padre Andrade.

Me gusta improvisar por dos motivos. Uno: porque en la improvisación está la esencia de caos y de la falta de patrón. Dos: La conciencia del riesgo está en conocer los detalles.

Sigo leyendo Cien Años de Soledad, me sigue enganchando y lo hace de tal forma que ya no me hago tantos cortes en el brazo. Aunque sigo encontrando placer en mirar los dibujos que traza la sangre al correr entre el vello del antebrazo; hoy he visto como se dibujaba con sangre  una lagartija como el tatuaje de Teresa.

Tengo sueño. Un sueño infinito, acerado y brillantemente pegajoso. Un sueño que presagia que, al despertar, tendré que apaciguar una necesidad que se vuelve más oscura y espesa cada segundo que pasa desde que la sacié por última vez.

Escrito en Toledo la mañana del 4 de Diciembre de 1999

jueves, 14 de octubre de 2010

7 de la Tarde del 3 de Diciembre de 1999


Ha sido extraño, muy extraño. Cuando le he clavado la navaja en las costillas, y justo antes de rasgar para llegar al corazón, el viejo me ha mirado como agradeciéndome que lo matase. En realidad no sé si ha sido una mueca de dolor, una sonrisa, una mezcla de ambas o nada de todo ello. Luego ha relajado los brazos  como si hiciera una eternidad que estaba cansado,  ha cerrado los ojos y ha seguido con, ahora sí, una sonrisa como si recordara los escasos momentos buenos de su vida.

Mientras su sangre - tras empapar toda la ropa y el grueso abrigo- corría tibia por mi mano, pensaba en que es lo que puede hacer que a un hombre no le importe morir. La solución la he encontrado al buscar el dinero en la cartera que llevaba: no había fotos de nietos, ni de hijos, ni siquiera de alguien a quien amara o le amase o hubiese amado jamás. Era una cartera impersonal. He llegado a la conclusión que la Soledad es tan hija de puta que puede corroerte el alma, ahogar la esperanza y matar las ganas de ver pasar el siguiente segundo hasta convencerte de que morir no es tan mala opción..

Yo también estoy sólo.

Cuando el viejo ha acabado de desangrarse me he alejado y me sentado en la terraza del bar desde donde escribo esto con la macabra finalidad de ver qué pasaba cuando lo descubrieran. ¿Chillarían como en las películas?¿Pedirían una ambulancia a gritos? Al final nada de eso. A pesar de vivir rodeados de gente todos son extraños y nadie se ha acercado a ver qué le pasa al viejo recostado de forma extraña sobre un banco. Nadie quiere problemas, o al menos nadie quiere los problemas de los demás.

Otra vez la maldita soledad, pero al menos esta vez el viejo no la sufre. Triste consuelo moral para quien lo acaba de matar

Parece que me estoy convirtiendo en un fenómeno mediático por varios motivos. Primero: mañana me dedican un especial en un programa de televisión. Segundo: están surgiendo imitadores.

No creo que pueda ver el programa porque lo hacen a la misma hora que el fútbol y es lo único que harán en los bares.

Respecto a los imitadores: ¿habrá que acabar con ellos? Desde luego lo que no quiero es acabar tratando de imitarme a mi mismo

Al final no puedo resistirme y tengo que levantarme para acariciar la mano del viejo; al menos que se lleve una caricia, aunque ya sea tarde para sentirla.

Escrito en Toledo a las 7 de la tarde del 3 de Diciembre de 1999

lunes, 11 de octubre de 2010

Tarde del 3 de Diciembre de 1999


Me divierte el giro que están tomando las cosas. Dicen las noticias que el asesinato de la mujer no tiene nada que ver con mis crímenes, que la gente no se alarme pues no es más que una coincidencia. El Modus Operandi - tienen mucha cultura los policías de hoy en día - es distinto y la muerte de la mujer del callejón fue consecuencia de un vulgar robo.

Me jode no ser el centro de atención y deberé volver a encauzar las cosas. Algo tendré que hacer.

Me está gustando Cien Años de Soledad y siento haber matado a Teresa antes de que lo acabara.

Necesito más dinero y más diversión. Matar sin que nadie me vea o reconozca mis obras ya no me produce el placer que me provocaba antes. Necesito aumentar el riesgo.

Veo un hombre sentado en un banco de la plaza. ¿Hará alguien algo por impedir que lo mate en un lugar público a plena luz del día? Apuesto a que no.

Si todo va bien, seguiré escribiendo.

Escrito en Toledo en la tarde del 3 de Diciembre de 1999

sábado, 9 de octubre de 2010

Avisos: Innovación o algo así





Mi vida como bloguero - que moderno soy en el uso del lenguaje - es corta, cortísima, pero he dado muchas vueltas por blogs ajenos.


El caso es que en uno de esos paseos me encontré con el blog de Pedro Ojeda - que, por vaya usted a saber por que extraño criterio tuvo a bien hacerse seguidor del diario rojo del caos - y en el vi como se podía enlazar twitter con el blog de mi asesino favorito.


Pensé, algo extraño en mi y deporte poco practicado, que quizá mi asesino podría tener su propio twitter donde hacer públicos sus más oscuros, siniestros y funestos pensamientos.


Pensado y hecho: mirad a vuestra derecha y veréis un hombre con sombrero y el inconfundible logotipo de twitter. ¿Ya? pues bien, lo que aparece debajo será lo que en la ficción nuestro asesino itinerante vaya dejando a medida que busca víctima nueva o aquello que piense sobre lo que le depara el destino.


Espero que os guste la idea y, por favor, opinad, opinad malditos.


Salud y letras.

jueves, 7 de octubre de 2010

Mañana del 3 de Diciembre de 1999


Me he visto obligado a matarla ya. Hoy es viernes y no sé si mañana hubiera cambiado su rutina. Además, necesitaba el dinero.

He tenido que improvisar. La navaja no se ha abierto y he tenido que estrangularla. Sentía como sus manos se aferraban con fuerza a las mías mientras le apretaba el cuello y paulatinamente iban perdiendo fuerza mientras los restos de su aliento se fundían con los tímidos rayos de sol encarnado. Ha sido una experiencia nueva y agradable.

Durante un instante me ha mirado a los ojos, suplicante, pero he conseguido evitar su mirada apretando más fuerte y fijándome en su blanco cuello solo rasgado por un  tatuaje en forma de salamandra. Luego se ha desplomado provocando un ruido sordo al golpearse la cabeza contra el suelo.

He abierto su bolso y he visto que llevaba un libro - Cien Años de Soledad- y 23 euros; pocos me parecen. He cogido libro y pasta y ahora leo mientras desayuno en la Plaza del Ayuntamiento.

Me ha gustado el riesgo que implica improvisar, pero improvisar la muerte es imposible: es lo más seguro que existe.


Escrito en Toledo en la mañana del 3 de Diciembre de 1999