Me he visto obligado a matarla ya. Hoy es viernes y no sé si mañana hubiera cambiado su rutina. Además, necesitaba el dinero.
He tenido que improvisar. La navaja no se ha abierto y he tenido que estrangularla. Sentía como sus manos se aferraban con fuerza a las mías mientras le apretaba el cuello y paulatinamente iban perdiendo fuerza mientras los restos de su aliento se fundían con los tímidos rayos de sol encarnado. Ha sido una experiencia nueva y agradable.
Durante un instante me ha mirado a los ojos, suplicante, pero he conseguido evitar su mirada apretando más fuerte y fijándome en su blanco cuello solo rasgado por un tatuaje en forma de salamandra. Luego se ha desplomado provocando un ruido sordo al golpearse la cabeza contra el suelo.
He abierto su bolso y he visto que llevaba un libro - Cien Años de Soledad- y 23 euros; pocos me parecen. He cogido libro y pasta y ahora leo mientras desayuno en la Plaza del Ayuntamiento.
Me ha gustado el riesgo que implica improvisar, pero improvisar la muerte es imposible: es lo más seguro que existe.
Escrito en Toledo en la mañana del 3 de Diciembre de 1999
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