sábado, 16 de octubre de 2010

Mañana del 4 de Diciembre de 1999

Parece que la indignación de la gente con los asesinatos – que siguen sin saber si son obra de un tío o, sencillamente, coincidencias debidas a una conjunción de factores desconocidos -  llega a cotas altísimas: hoy se ha organizado una manifestación porque la gente se siente insegura y poco protegida.

Lo cierto es que su situación ha cambiado muy poco, pero ahora puede que sus miedos se hagan realidad y buscan protección compartiéndolos en el rebaño. Siguen sin aprender que cuanto más son, menos protegidos están.

En ningún sitio he leído que el viejo vivía solo, andaba solo, comía solo, y sus alegrías y tristezas se las comía sólo. La soledad ajena es una molestia y quizá sea mejor no mover aquella mierda que podamos oler.

Ya empieza a haber demasiada policía por las calles de Toledo y es hora de cambiar de aires. Tengo que montarme un plan para salir de la ciudad y el plan, supongo, que será el mismo de siempre: caminar hasta encontrar una forma  totalmente improvisada de desaparecer y dejar aquí una intensa sensación de que cualquiera de ellos pudo ser Teresa,  el viejo o el visionario Padre Andrade.

Me gusta improvisar por dos motivos. Uno: porque en la improvisación está la esencia de caos y de la falta de patrón. Dos: La conciencia del riesgo está en conocer los detalles.

Sigo leyendo Cien Años de Soledad, me sigue enganchando y lo hace de tal forma que ya no me hago tantos cortes en el brazo. Aunque sigo encontrando placer en mirar los dibujos que traza la sangre al correr entre el vello del antebrazo; hoy he visto como se dibujaba con sangre  una lagartija como el tatuaje de Teresa.

Tengo sueño. Un sueño infinito, acerado y brillantemente pegajoso. Un sueño que presagia que, al despertar, tendré que apaciguar una necesidad que se vuelve más oscura y espesa cada segundo que pasa desde que la sacié por última vez.

Escrito en Toledo la mañana del 4 de Diciembre de 1999

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