jueves, 14 de octubre de 2010

7 de la Tarde del 3 de Diciembre de 1999


Ha sido extraño, muy extraño. Cuando le he clavado la navaja en las costillas, y justo antes de rasgar para llegar al corazón, el viejo me ha mirado como agradeciéndome que lo matase. En realidad no sé si ha sido una mueca de dolor, una sonrisa, una mezcla de ambas o nada de todo ello. Luego ha relajado los brazos  como si hiciera una eternidad que estaba cansado,  ha cerrado los ojos y ha seguido con, ahora sí, una sonrisa como si recordara los escasos momentos buenos de su vida.

Mientras su sangre - tras empapar toda la ropa y el grueso abrigo- corría tibia por mi mano, pensaba en que es lo que puede hacer que a un hombre no le importe morir. La solución la he encontrado al buscar el dinero en la cartera que llevaba: no había fotos de nietos, ni de hijos, ni siquiera de alguien a quien amara o le amase o hubiese amado jamás. Era una cartera impersonal. He llegado a la conclusión que la Soledad es tan hija de puta que puede corroerte el alma, ahogar la esperanza y matar las ganas de ver pasar el siguiente segundo hasta convencerte de que morir no es tan mala opción..

Yo también estoy sólo.

Cuando el viejo ha acabado de desangrarse me he alejado y me sentado en la terraza del bar desde donde escribo esto con la macabra finalidad de ver qué pasaba cuando lo descubrieran. ¿Chillarían como en las películas?¿Pedirían una ambulancia a gritos? Al final nada de eso. A pesar de vivir rodeados de gente todos son extraños y nadie se ha acercado a ver qué le pasa al viejo recostado de forma extraña sobre un banco. Nadie quiere problemas, o al menos nadie quiere los problemas de los demás.

Otra vez la maldita soledad, pero al menos esta vez el viejo no la sufre. Triste consuelo moral para quien lo acaba de matar

Parece que me estoy convirtiendo en un fenómeno mediático por varios motivos. Primero: mañana me dedican un especial en un programa de televisión. Segundo: están surgiendo imitadores.

No creo que pueda ver el programa porque lo hacen a la misma hora que el fútbol y es lo único que harán en los bares.

Respecto a los imitadores: ¿habrá que acabar con ellos? Desde luego lo que no quiero es acabar tratando de imitarme a mi mismo

Al final no puedo resistirme y tengo que levantarme para acariciar la mano del viejo; al menos que se lleve una caricia, aunque ya sea tarde para sentirla.

Escrito en Toledo a las 7 de la tarde del 3 de Diciembre de 1999

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