Estoy eufórico: Cada vez que mato a alguien descubro algo nuevo, bien sea sobre el ser humano en general o sobre el funcionamiento de esta maravillosa sociedad, para los triunfadores, o de mierda para los perdedores.
Mi descubrimiento de hoy es que la mejor arma que uno puede tener para matar es la determinación de hacerlo. Se puede tener una navaja, una pistola o un botón rojo para lanzar misiles de cabeza nuclear, pero sin el deseo, el ánimo o los huevos de usarla, entonces no son más que hierros en manos de un imbécil.
Hoy me he sentido un pequeño dios sintiendo bajo mis dedos el último, y suplicante, pálpito del payaso musculado. He sentido el picor de la adrenalina en el cerebro al clavar mi navaja en su cuello - justo debajo de la oreja derecha - y sentir como, al deslizar la hoja hacía la otra oreja, se rasgaba la carne, seccionaba la aorta y su sangre resbalaba por su cuello y mis manos, templándolas con un calor rojo, orgánico y todavía con un pequeño latido de vida deseando salirse a borbotones del cuerpo atiborrado de inútiles esteroides.
No ha sido capaz de mover ni uno solo de sus hinchados músculos para salvar su vida y estoy seguro que, mientras Teresa luchó porque amaba la vida, este no ha hecho el más mínimo esfuerzo porque era incapaz de asumir que eso de morir le estuviera pasando a él: Morir siempre le pasa a los demás.
Luego lo he arrastrado, con gran esfuerzo, hasta situarlo justo debajo de la estatua del Ángel Caído. La fría mañana que cubría de una tenue neblina el aire, los reflejos del sol sobre la estatua, y las flores de sangre roja sobre el chándal del payaso hacía que la escena fuera más propia del Infierno de Dante que de una apacible mañana de Madrid donde salvo ruido y conversaciones banales nada ocurre.
Ya imagino los titulares mañana: Asesinato Ritual en el Retiro. Pero la realidad será otra, una que la policía esperaba y sabía que ocurriría: que tarde o temprano yo mataría en otra ciudad.
Mientras tanto, hoy se anuncia un programa especial de televisión sobre Asesinos en Serie con estas palabras: “Que puede hacer que un informático millonario como Max Sync inicie una sangrienta huida por todo el país”. Nunca pensé que vería mi nombre en los periódicos.
No me preocupa que sepan que he matado, que huyo y que dejo mi sello genético por medio país. Me preocupa que sepan lo que quiero conseguir antes de lograrlo.
Escrito en Madrid en la Tarde del 5 de Diciembre de 1.999